3.23.2016

El mar visto como un territorio extraño

Entre tantas declaraciones de funcionarios, congresistas y expertos en derecho internacional sobre el fallo de la Corte Internacional de Justicia, muchos colombianos esperamos escuchar la voz de los raizales de San Andrés y Providencia, así como la de otros miembros de los pueblos del mar en Colombia.
Por: Weildler Guerra
Valorar el conocimiento y los puntos de vista de estos grupos humanos quizás evitaría repetir derrotas jurídicas como las que hemos obtenido en La Haya. El doloroso resultado de estos fallos adversos debería llevarnos a una urgente y sostenida tarea de valorar nuestros mares y las agrupaciones humanas que interactúan con él.

¿Se les preguntó alguna vez a los habitantes del archipiélago qué significa ese mar en disputa para ellos, cómo es constituido su mundo marítimo, cómo interactúan lo terrestre y lo marítimo, de qué manera sus habitantes conceptualizan al mar y a los seres que lo habitan? No siempre los miembros de una sociedad costera tienen una visión meramente utilitaria del mar en la que los peces y otros seres son considerados simples recursos para la medición y explotación, y el espacio marino es visto desde su condición de ruta de transporte, reservorio de hidrocarburos, zonas de deleite turístico o escenario de expansión bélica e ideológica de los Estados. El mar, en su condición de universo alterno al terrestre, tiene para algunos grupos humanos significativas dimensiones oníricas y rituales, genera fuertes vínculos emocionales entre él, los seres que lo ocupan y los humanos, así como destrezas cognitivas que emplean en sus principios de territorialidad y aun en su organización política y social.
En algunas sociedades el mar puede ser percibido como un espacio hostil y salvaje desde el que la tierra es un referente grato y tranquilizador. En otras, puede ser considerado como un lugar familiar y no amenazante. Aunque no existe una concepción uniforme del mar en las distintas agrupaciones humanas, sí es posible encontrar un tipo de geografía cultural asociada a su construcción. La territorialidad nos aporta una evidencia de esto, pues el mar cercano a la costa es usualmente estimado como algo familiar, aunque más allá del horizonte puede ser considerado un extraño. Los pescadores y navegantes del archipiélago saben que su construcción del mar Caribe como territorio ha conllevado la paciente elaboración en el tiempo de sofisticadas taxonomías y de redes extensas y complejas de caladeros. Ellos socializan y humanizan el espacio marino cuando asignan topónimos o fijan marcas y señales para definir un área de pesca. Todo este saber se encuentra mediado por el tiempo, el lugar y la experiencia.
Hoy Colombia paga el costo de percibir al mar como un territorio y una sociedad de extraños sobre los que proyecta una relación jerárquica. Pero el mar es más que una distante narrativa jurídica. El mar tiene implicaciones ontológicas para quienes viven cerca de él y trazan en su superficie la línea que los une con sus ancestros. No podremos defender nuestros mares si no valoramos a los grupos humanos que los habitan y mucho menos si no apreciamos el conocimiento que ellos generan.

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