Por Matty Gonzalez
El Manifiesto por la vida y la Carta a la Tierra tienen como elementos comunes o semejantes el diagnóstico que hacen de la situación del mundo actual. Constatan, por ejemplo, que la crisis ambiental del planeta es en realidad una crisis civilizatoria, esto es, de modelo, de creencias y de valores. Así lo expresa el Manifiesto: “La crisis ambiental es la crisis de nuestro tiempo. No es una crisis ecológica, sino social”. En una línea de pensamiento similar en La Carta a la Tierra se afirma que “los patrones dominantes de producción y consumo están causando devastación ambiental, agotamiento de recursos y una extinción masiva de especies. Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando”.
Y
la Carta y el Manifiesto coinciden en señalar que la alternativa para resolver
una problemática tan aguda y con múltiples aristas pasa necesariamente por un
cambio de fondo en los modelos económicos imperantes, lo cual debe llevar a una
mayor equidad en la distribución de la riqueza. “Sin equidad en la distribución
de los bienes y servicios ambientales no será posible construir sociedades
ecológicamente sostenibles y socialmente justas”, señala el Manifiesto. Pero además es urgente el cambio en nuestra
forma de actuar y pensar como individuos. De hecho, en la Carta se insta a “formar una sociedad global para cuidar la
Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros
mismos y de la diversidad de la vida. Se necesitan cambios fundamentales en
nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que,
una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere
primordialmente a ser más, no a tener más”. En esas circunstancias, uno y otro
documento apelan a la conciencia de los ciudadanos para que se comprometan en
la construcción de un mundo mejor a partir de una actitud de respeto hacia las
distintas formas de vida del planeta, pues “La capacidad de recuperación de la
comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de
una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de
plantas y animales, tierras fértiles, aguas puras y aire limpio”, precisa la
Carta.
Ahora
bien: Carta y Manifiesto mantienen que una tarea de esta envergadura comporta
una responsabilidad universal en tanto que, como señala la primera, “para
llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo
con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la
comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales”, mientras
el segundo declara que:
“La ética de la sustentabilidad
implica revertir el principio de “pensar globalmente y actuar localmente”. Este
precepto lleva a una colonización del conocimiento a través de una geopolítica
del saber que legitima el pensamiento y las estrategias formuladas en los
centros de poder de los países “desarrollados” dentro de la racionalidad del
proceso dominante de globalización económica, para ser reproducidos e
implantados en los países “en desarrollo” o “en transición”, en cada localidad
y en todos los poros de la sensibilidad humana”.
En
resumen: el Manifiesto por la vida y la Carta a la Tierra son resultado de la
reflexión de académicos, intelectuales, políticos, ecologistas, feministas,
escritores, científicos, etc., acerca de las circunstancias morales y
materiales en que se desenvuelve la humanidad en la hora presente, las cuales
están marcadas por el deterioro y el agotamiento crecientes de los recursos
naturales por la acción predadora del hombre y la falta de compromiso de los
ciudadanos con su realidad. Ambos documentos proponen una acción global
sostenida que tenga como norte la idea de que
somos ciudadanos del mundo y como tales debemos participar en su defensa
y preservación. “Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y
espirituales, están interrelacionados y juntos podemos proponer y concretar
soluciones comprensivas”, precisa la Carta.
Ahora
bien: la diferencia entre la Carta a la Tierra y el Manifiesto por la Vida
estriba en que la Carta aspira a convertirse en el tercer documento del derecho
internacional al servicio de la comunidad mundial reconocido por la ONU (Los
otros dos son: La Carta de las Naciones Unidas, que reglamenta las relaciones
entre estados y, por consiguiente, establece normas de conducta para conseguir
la paz y la estabilidad y La Declaración Universal de los Derechos Humanos, que
regula las relaciones entre estados y personas, y garantiza a todos los
ciudadanos un conjunto de derechos inalienables que sus respectivos gobiernos
deberán asegurarles), mientras que el Manifiesto “busca inspirar principios y
valores, promover razones y sentimientos, y orientar procedimientos, acciones y
conductas, hacia la construcción de sociedades sustentables”.
0 comentarios:
Publicar un comentario