Por Weildler Antonio Guerra Curvelo
La
violencia acústica reina en la mayor parte de las ciudades capitales de
nuestra región. No se trata tan solo del creciente ruido de aviones y
vehículos terrestres en movimiento sobre un núcleo urbano sino de la
expansión de eventos comerciales, musicales, políticos y hasta
religiosos que apelan al ruido como fácil gancho de convocatoria
pública. Muchas de esas estrategias se ven facilitadas por el creciente
desarrollo de la tecnología y la amplia oferta comercial que permite
adquirir en el mercado nuevos artefactos electrónicos capaces de
reproducir altísimos niveles de volumen poniendo en peligro la salud
física y mental de los ciudadanos. A ello habría que añadirle que
también hay prácticas culturales de amplio arraigo en nuestra región que
toleran, más allá de la ley y de la sana convivencia, estos
comportamientos. A esta violencia ejercida por medio del sonido se le
llama violencia acústica, un problema social que afecta a nuestra región
y que parece no estar en la agenda de las autoridades.
Aunque
la violencia acústica tiene un amplio arraigo histórico en el Caribe su
propia dinámica ha permitido el surgimiento de nuevos personajes que
las gentes llaman los alegradores. Son seres nobles que se han impuesto
la altruista tarea de brindarnos alegría mediante el ruido que ellos
identifican como música. Estos pueden ser estacionarios y móviles. Los
estacionarios, más limitados en su generosidad, solo perturban algunas
viviendas o cuadras vecinas. Los móviles montan sobre sus vehículos
costosos aparatos de sonido y se dan a la tarea de inquietarnos o
desvelarnos de manera más equitativa y democrática divulgando su
estridente música por toda la ciudad. Ellos son más cuidadosos que los
alegradores estacionarios con el nepotismo y evitan que su servicio
musical gratuito llegue a la vivienda de su progenitora u otros
parientes uterinos más longevos.
Estos
personajes quizás no son conscientes de estar ejerciendo violencia lo
cual no implica que dicha violencia no exista. No se trata solo de la
salud y la tranquilidad de los vecinos y transeúntes sino del impacto
negativo que ocasiona en diversas actividades económicas como el
turismo. Algunos establecimientos hoteleros, para citar solo un ejemplo,
pierden frecuentemente huéspedes cuando los alegradores móviles o
estacionarios actúan en sus cercanías. Muchos viajeros pagan por gozar
de un descanso que aquellos perturban. Por otro lado, no faltan los
ciudadanos vigilantes que afirman que algunos estos vehículos con música
estridente son empleados ahora por las redes del microtráfico para
vender sustancias alucinógenas. Estos nuevos actores urbanos como los
soldados bíblicos que sitiaron a Jericó tambien estan dispuestos a hacer
pedazos una ciudad por medio del ruido.
Es
necesario que las autoridades municipales, ambientales y policiales
realicen acciones preventivas contra la violencia acústica. Este no es
un problema menor ni se limita a pequeñas fricciones entre individuos.
La regulación sobre la materia debe ser más preventiva que punitiva. La
educación ambiental es muy importante con el fin de lograr una mayor
conciencia ciudadana sobre este problema. Subestimarlo evidenciaría que
marchamos hacia una sociedad acústicamente enferma y de lo que se trata
es de erradicar ese tipo de violencia y buscar la paz: la paz sonora.
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