Nostálgica
y emotiva evocación del Cacique de La Junta desde la mirada y los recuerdos de
su hija mayor.
Por:
Matty González Ferrer
Ella sintió el deseo
apremiante de verlo pronto, un sentimiento de ansiedad y desasosiego la abrumaba;
así que emprendió, al lado de su hija María Sofía, de 3 años de edad, el viaje desde La Junta, en La Guajira, hasta Valledupar,
en El Cesar.
Pasadas las 3 de la tarde
del 7 de diciembre del 2013, llegó a su
destino y se dirigió a la casa de su padre. La habitación estaba un poco
oscura, solo un haz de luz se filtraba
por las cortinas color naranja que cubrían el ventanal con vista al jardín
interno, donde reposaba una imagen de la Virgen del Carmen. Allí estaba él, con
la sonrisa que siempre le regalaba. Vestía un suéter amarillo con pantalón jean
azul. Se veía tranquilo. La tenue luz alumbraba por momentos los rostros de padre
e hija.
Cuando estuvo frente a él lo
acarició con ternura mientras besaba su frente y mejillas. Lo abrazó con fuerza.
– ¡Ay papá, yo tenía que verlo!… Sentía
unas ganas inmensas de llorar...
– ¿Y por qué me ibas a llorar, si no me he muerto todavía?
–Papá, te amo con toda mi alma y mi corazón–le decía, mientras él
cerraba y abría los ojos.
–Yo también te quiero mucho, hija.
Luego, él -visiblemente
cansado, pues venía de ultimar detalles de la grabación de su nuevo CD ‘La
vida del artista”-, se acostó en la
cama y el diálogo fluyó por un buen rato. Hablaron de los temas habituales: la
casa, el vehículo, la nieta… Finalmente, mientras ella masajeaba sus piernas,
se quedó dormido. Ese fue el último día que “Ochi” -como él cariñosamente la llamaba- vio con
vida a su padre.
Rosa Elvira Díaz Mejía
“Ochi” es la hija mayor del “Cacique de la Junta”, quien inicialmente la había llamado
Elvira Rosa en homenaje a su madre, “mama
Vila”, hasta que decidió cambiarle el orden al nombre para que le
facilitara la rima en una estrofa de su canción:
“Entre placer y penas”.
Y
Rosa Elvira y Rosa Elvira
que es la mayor,de esta familia tan bonita.
Rosa Elvira me recibe en su
casa de La Junta. En las paredes de la
sala hay colgadas varias fotografías en las que aparece al lado de su
padre en distintos momentos de sus vidas; seguimos hacia un pequeño
patio flanqueado por un hermoso jardín que a pesar de la sequía, está
florecido. Allí nos esperan dos cómodas mecedoras para iniciar un
viaje por sus recuerdos que, según dice, están
marcados por el cariño, la emotividad y la alegría que su padre le
prodigaba y por la manera en la que, desde niña, tuvo que aprovechar
al máximo espacios y momentos para verlo, porque la relación de sus padres no
era bien recibida por la familia de Bertha Mejía Acosta, su madre.
“El romance de mis papás fue una historia muy bonita;
en esa época, me cuenta mi mamá, vivió esa relación de manera muy estricta, muy
sufrida, porque a mi abuela Eugenia Acosta no le gustaban esos amores. Incluso cuando
nací, mi papá tenía muchas ganas de
conocerme pero mi abuela todavía se empeñaba en impedirlo”.
Diomedes, convertido en
padre a los 17 años, solo pudo conocer
a su primera hija cuándo tenía dos meses
de nacida. Y regalarle unos “Areticos de Oro” –ese instante le inspiro una
canción-. Fue un momento para Bertha y Diomedes emotivo, pero de malestar para la familia
de ella.
Estos areticos de oro
Que se los manda su
papá
Pa’ la abuela no son
bonitos
Porque fui yo quien
se los di.
Rosa Elvira, quien es hija
única, fue creciendo al lado de su madre, y poco a poco empezó a ganarse el cariño de su
abuela paterna; lo que facilitó los encuentros con su padre cada vez que el
cantante visitaba La Junta. Bertha, según revela su hija, ha vivido toda la
vida enamorada de Diomedes, pese a que sólo compartió con él un tiempo muy
breve, pues este se enamoró y se casó con Patricia Acosta, prima hermana de ella. En uno
de los últimos encuentros de Rosa Elvira con su padre le dijo:
–Saludos le manda mi mamá
–Ah,! qué bueno!
–Ella lo quiere mucho….y nunca lo va a olvidar
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Cuando Rosa Elvira terminó
sus estudios de primaria en la Junta, Diomedes le pidió permiso a Bertha para llevarla
a vivir con él y su esposa, Patricia, en Valledupar. Su madre aceptó y “Ochi”,
que contaba entonces con 10 años de edad, se sintió feliz porque así
disfrutaría más de la compañía de su padre.
Ya en el hogar Díaz-Acosta, Rosa
Elvira fortaleció los lazos afectivos no
solo con Diomedes y su esposa sino con sus hermanos -“Fue el inicio de una relación bien bonita porque veo a mis hermanos
como mis hijos: a Rafael Santos, a Luis Ángel, a Diomedes de Jesús y a Martín
Elías los tuve en mis brazos desde pequeños”. Recuerda que su padre sacaba
tiempo para dedicarlo a la familia y enterarse de cómo marchaban sus hijos en
las actividades académicas. Evoca
una anécdota de esos años que la tuvo a ella como protagonista, y que refleja la manera particular de Diomedes, de corregir a sus hijos cuando cometían alguna
falta.
“Ochi” iba mal en el colegio “de pura sinvergüenza”. Cuando Diomedes se enteró la llama aparte y le preguntó qué cómo era eso de que llevaba perdidas varias materias. Ella solo atinó a decir, a modo de excusa, que era que no tenía lapiceros. “Así es la cosa, ah bueno”, dijo él. “Yo salí contenta, tranquila, y dije: por lo menos no me regañó”, pero en la tarde de ese mismo día, cuando jugaba en el jardín, la llamó de nuevo, “Rosa Elvira, venga acá”. Supo enseguida que algo pasaba porque solo le decía su nombre cuando estaba enfadado o la iba a reprender.
“Ochi” iba mal en el colegio “de pura sinvergüenza”. Cuando Diomedes se enteró la llama aparte y le preguntó qué cómo era eso de que llevaba perdidas varias materias. Ella solo atinó a decir, a modo de excusa, que era que no tenía lapiceros. “Así es la cosa, ah bueno”, dijo él. “Yo salí contenta, tranquila, y dije: por lo menos no me regañó”, pero en la tarde de ese mismo día, cuando jugaba en el jardín, la llamó de nuevo, “Rosa Elvira, venga acá”. Supo enseguida que algo pasaba porque solo le decía su nombre cuando estaba enfadado o la iba a reprender.
–Dígame papá –contestó ella temblorosa-.
–Tome, reciba esto.
Y le entregó dos paquetes
grandes de lapiceros azules y rojos, amarrados con una liga. “Yo me
sentí triste y apenada, pero aprendí la lección”. Luego su padre, al verla
tan acongojada, volvió al tono habitual:
-Ochi, ven acá-, dijo, y la
abrazó fuerte
–Vela ve, tan grande que está
-Perdóname papá
-Tranquila hija
-Te quiero papá
-yo también Ochi
“Con
esa gesto de cariño se me fue pasando el
susto y le hice la promesa de no volver a descuidar mis estudios”.
Rosa Elvira describe a su
padre, como un
hombre dotado con un gran sentido del humor y además muy detallista; amoroso
con su familia y muy sencillo. No le gustaban los eventos pomposos, amaba los
momentos en su hogar, le tenía mucho miedo
a quedarse solo; siempre procuraba
estar rodeado de gente, cuando todos
estaban en casa él se sentía
regocijado y seguro, continuamente pedía que estuvieran junto a él.
Debido a su trabajo, Diomedes estaba
mucho tiempo lejos de casa, por eso
los instantes familiares se disfrutaban al máximo.
En el hogar era frecuente
que por decisión de él se organizaran almuerzos con sus hijos y hermanos para
disfrutar de un ambiente cálido en el regazo familiar. A pesar de ser una persona
tranquila, lo abrumaba la ansiedad cuando no se hacían las cosas en el momento que las requería; por ejemplo, cuando llegaba la hora
de la comida y se demoraban arreglando la
mesa.
–Ajá, ¿pa’ cuando? ¿Qué pasó? Ajá, ¿y entonces? ¡Sirvan rápido que tengo hambre! ¡Se vuelven pura servilleta y
mantel!”
Rosa Elvira y sus hermanos terminaron estudios de bachillerato en Valledupar y se mudaron
a Bogotá. Fue entonces cuando empezó a dimensionar realmente la importancia y popularidad de su padre. Sus amigas
de universidad le insistían que las llevara a las presentaciones del cantante para
estar cerca del ídolo del pueblo; ese artista
famoso a quien ella veía simplemente como un padre amoroso.
Para “Ochi “esa fue una época
muy bonita y llena de historias. Una–que recuerda entre carcajadas- ocurrió en 1992
cuando salió el disco “El Regreso
del Cóndor”, Diomedes y Juancho Rois armaron la parranda en el edificio donde vivían; eran las 8 de la mañana del día siguiente y aún estaban
tocando y cantando mientras algunos vecinos se quejaban y otros acompañaban el
festejo. La administración del edificio tuvo que enviar una carta comunicándoles
que si no terminaban la parranda tendrían que mudarse.
Al “Cacique de la Junta”, como
lo bautizó Rafael Orozco, mucha gente lo veía como una persona poco convencional,
polémica, e incluso un tanto excéntrica. Sus hijos, en cambio, siempre lo
apoyaron, nunca lo vieron como un hombre controversial sino como un padre sabio
en sus actuaciones y decisiones. “Si yo cuestionaba
algo de mi papa, sentía que lo irrespetaba, yo solo le hacía saber siempre cuanto lo amábamos sus hijos, para que supiera que por nosotros debía
cuidarse”, señala Rosa Elvira.
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Años más tarde, Rosa Elvira
se enamoró y dejo el hogar de su padre para formar el suyo en Venezuela, pero
esto no fue motivo para distanciarse, se mantuvieron más unidos que nunca. Cuando
él tenía presentaciones en el país vecino ella lo acompañaba y le ayudaba en
todo lo que necesitara, incluso en la preparación de sus alimentos.
En 1997 sucedió uno de los episodios más tristes en la vida de Diomedes, por lo que Rosa Elvira se fue a vivir nuevamente a Bogotá para estar cerca
de él y de sus hermanos. Al recordar esto, hace una pausa en el dialogo y en su
rostro se dibuja una expresión de
dolor. Visiblemente acongojada cuenta lo que significó para ella y su
familia ver a su padre implicado en la
muerte de la joven Doris Adriana Niño, hecho por el cual “El Cacique” fue
enviado a la cárcel. “me preocupé mucho
pero siempre creí en él. Hubo un accidente, ocurrió algo que nadie quiso
que pasara y se convirtió en un episodio
muy duro para todos”.
Después le sobrevino el síndrome de Guillain-Barré. Con esta
enfermedad perdió la movilidad de sus músculos,
el diagnóstico médico no era muy favorable.
“En la clínica todos velábamos por su pronta recuperación, cumpliendo al máximo las recomendaciones médicas, sin
embargo, a veces me ganaba regaños porque papá pedía que le preparara comidas especiales que
no le daban allá. Los médicos me reprendían porque él no podía comer esto o
aquello, mientras mi papá reía feliz y goloso disfrutando todo lo que yo le
llevaba”.
A raíz de esta enfermedad, a Diomedes le dieron el
beneficio de detención domiciliaria. Rosa Elvira era su vecina en Valledupar, él
había comprado la casa de al lado con
tal de estar cerca suyo. Todas las mañanas miraba desde el balcón mientras él hacia sus ejercicios matutinos como parte de las
terapias de recuperación del Guillain-Barré. En una ocasión, cuando apenas
despuntaba el día y aun se sentía la bruma de la madrugada
Diomedes salió a realizar su rutina, vestía bermuda, suéter con los mismos
colores de los zapatos y lucia bien
peinado, como quien va para el colegio. Al verlo caminar agarrado de la reja le
pareció tan frágil como un bebé, y no
pudo evitar que de sus ojos brotara el llanto.
–Papi usted sí está lindo-le dijo después de secarse las lágrimas.
– ¿Y tú que crees, que saliste bonita fue a tu mamá? -
Para ella y sus hermanos fue muy doloroso acompañarlo en el proceso de
recuperación de su enfermedad, pero sabían que él era fuerte y lograría salir
adelante.
***
Una tarde de Septiembre de
2011, recién nacida su nieta María Sofía, Diomedes tenía una presentación en
Chiriguaná. Antes de partir a cumplir ese compromiso recordó algo importante y le gritó desde la calle a su hija y vecina:
–Hija, feliz cumpleaños. Que Dios te conserve así de bonita como siempre,
te traigo el regalo de allá pa ´acá.
–Gracias papá- respondió ella sonriente desde el balcón
-Cuídame a la nieta, que está bien bonita
-Bueno,
papá
A la mañana siguiente,
“Ochi” escuchó música en su puerta y salió presurosa al balcón temiendo que
fuera la serenata de algún admirador, pero no, era su padre, Diomedes, que
metió el carro al garaje, abrió la maletera y puso a todo volumen el equipo de sonido con la canción de su autoría “Tu Cumpleaños”. Para brindarle
intimidad al acto, le había pedido a sus
acompañantes que se quedaran en las afueras de la casa. Por momentos le bajaba
el volumen a la canción para cantarla él mismo. Quería disfrutar esos instantes
únicos con su hija, “la mayor de esta familia tan bonita”.
Para Rosa Elvira fue algo
inolvidable ver a su papá en la reja cantándole “cuantos clavelitos nacerían junto contigo…”
Bajó corriendo sin percatarse que estaba en pijama y con los pies descalzos, lo
abrazó colgándose de él, como solía hacerlo, y se sentó a su lado, mientras una
llovizna matutina les mojaba el rostro,
confundiéndose con sus lágrimas.
“Mi papá era muy generoso.- ¡y de qué
manera!-.Sus hijos le heredamos
la nobleza y el corazón sincero. Yo
lo llamaba siempre que podía, aunque solo fuera para decirle –Papá me haces
falta, te amo con toda mi alma– y a él eso le agradaba. Cuando lo visitaba él
envolvía dinero, me lo ponía en la mano
y me decía –Pídeme que yo estoy para apoyarte”.
El parecido físico de Rosa
Elvira con su padre es notable, las manos son idénticas; tiene su misma
estatura y heredó el gusto por la comida criolla. Su relación con
él era de total confianza, al punto que le delegaba responsabilidades
familiares. Cuando “mama Vila” enfermaba, por ejemplo, su padre siempre la llamaba para que
estuviera pendiente no solo de ella,
sino de sus tíos.
Ese mismo desprendimiento de
Diomedes con sus hijos y familia cercana marcó también su relación con la gente. Cuando
le pagaban sus presentaciones musicales, no atesoraba el dinero en cuentas
bancarias, sino que lo repartía entre sus amigos u otras personas que allí
estuvieran, incluso si se trataba de un embolador, un lotero o el maletero de algún
aeropuerto. Son muchos los testimonios
que se escuchan en La Junta y otros lugares de ayudas brindadas por “El Cacique”.
Si le cuestionaba por ello, él simplemente
respondía que no le importaba quedarse sin plata porque cuando necesitara algo
sabía que habría alguien que se lo brindara. Sin embargo, Diomedes tenía
claro que muchas personas abusaban de esa cualidad y solo se le acercaban por
interés. Así lo expresa en su canción “Experiencias Vividas”
Cuando empecé a ganar plata quería que todos
tuvieran
Para que todos comieran y toditos trabajaran
Para que todos comieran y toditos trabajaran
Sin pensar que me pagaran como Judas a Jesucristo
Se reunieron toditos y me hirieron el alma”
Durante
este recorrido por la vida de Diomedes Díaz Maestre, vista desde los ojos de su
hija Rosa Elvira, caminamos las calles quebradas de La Junta “el bello
pueblo donde nació Diomedes”.
La imagen de la Virgen del Carmen
da la bienvenida al visitante, una mansa pero persistente brisa
nos acompaña, luego aparece
la iglesia San Antonio de Padua y más allá la plaza principal adornada
con la Tarima Martín Maestre Hinojosa; A lado y lado de la vía los
sembrados de fique y de árboles frutales, lucen agobiados por la
sequía. De “El Salto de La Junta”, otrora atractivo turístico del pueblo, solo
queda arena y hojas secas, al igual que en el lecho del rio. El cielo,
parcialmente nublado, presagiaba lluvia. Este paisaje natural nos recordó la
canción “La tierra tiene sed” que se hizo famosa en la voz de su padre: Hacía
tiempo no llovía/ continuaba la sequía/ y en toda la región/ ya se morían
los montes…, pero de pronto el calor que se sentía/ lo venció una
brisa fría. Creímos que después de tanto verano caería una ligera
llovizna, pero terminó siendo un aguacero de fuerte intensidad y duración.
“El Salto de La Junta” |
Llegamos
a la “ventana marroncita” en medio de
la lluvia, y Rosa Elvira confiesa que disfruta todas las canciones de su papá,
pero las que él le compuso a Patricia, su primera esposa, son
las que más admira: “Bonita”, “Sin ti”,
“Yo te necesito”, “El cóndor herido” y
“Tres canciones”. Hablar de gustos musicales nos llevó a indagar por los hijos de Diomedes que han seguido sus pasos en el mundo
artístico, “el hacía bromas cuando ellos decían
que querían cantar -entonces devuélvanme la plata de los estudios-, reclamaba, pero cuando los
veía en televisión se alegraba y sorprendía. Ellos llevan eso en la sangre, pero yo no”, advierte.
***
La
tarde del 22 de diciembre de 2013, día séptimo de la novena de navidad, Rosa Elvira estaba con su hija en La junta
entonando villancicos y alguien se le acercó y le susurró al oído:
–Tu papá está muy mal, le dio un infarto.
Y antes de que se levantara por completo de la
silla, escuchó: “ya murió…”
Afligida,
y aún incrédula quedó unos segundos en silencio. Fue directo a su vehículo lo encendió, - las piernas no
le respondían-, detuvo la camioneta a un
lado de la vía, abrazó a su pequeña María Sofía y rompió en llanto, la noticia ya circulaba por el pueblo, todos querían saber sobre la suerte del cantante.
Ella solo quería correr y llegar a
Valledupar, un lugar donde su
padre ya no estaba.
La
nostalgia vuelve a sus ojos. Toma un
poco de
agua y seca sus
lágrimas. Cada día la música del
“Cacique” suena en su casa o vehículo. Si no lo escucha siente que está faltando a su
memoria. Si no lo escucha muere
de tristeza… aunque ya en la soledad de su habitación, así es. Suspira profundo
y dice con voz entrecortada: “qué difícil
es vivir sin mi padre. ¿Olvidarlo? ¡Y cómo!
*Articulo publicado en la Revista Cultural "Ranchería" Edición 15 /Mayo 2014